Keepsake

Atraviesa a paso ligero el umbral de la puerta, la claridad le ciega por un breve lapso de tiempo, cuando recupera la visibilidad, comprueba que la avenida esta concurrida, pero... extrañamente silenciosa y eso la reconforta.
En el camino a casa, va pensando en que ya esta un poco cansada de aquel trabajo, que mañana volverá ha hacer el mismo camino de ida y vuelta y que debe cambiar.
Se cruza en la acera con un anciano que vien en direccion contraria y la empuja con el hombro. Ella lo insulta mentalmente, mientras sigue caminando con una mueca sarcastica.
El viento murmura, pero ella aún no sabe muy bien qué, por que el inusual silecio de la avenida la tiene desorientada. Cruje bajo su suela la primer hoja seca del otoño. El viento murmura, peroella aun no sabe bien que es.
Poco a poco la calle, la gente, la hoja, se van desvaneciendo, hasta desaparecer.
El viento esta murmurando. Murmura un olor conocido, un calor conocido. Murmura la tibieza y la fragancia de aquel día, de aquel momento exacto en el cogida de la mano de su progenitora se siento extremadamente dichosa.
Fue al escuchar lo que el viento le traía de muy lejos, cuando comprendió, cerro los ojos en medio de la multitud y se dejo abrazar por aquel viento mensajero.

Bienvenidos al Corte Inglés.

Voy contando las horas para llegar a la día siguiente. A las nueve en el trabajo, a las cuatro y media en casa: un poco de té y sofá hasta las cinco y media, luego quizás toque escribir un poco solo para exorcizarme, leer, gimnasio, una charla amena en un café o mas sofá en compañía. Por fin llega la noche, llena de las ausencias del día. Ahora toca cocinar o comer algo que ya este hecho, según lo que las ganas dispongan. Charlas efímeras, con la cena, que van resumiendo los acontecimientos más relevantes de la jornada y de fondo la televisión.
Después un poco de té o café, juegos revoltosos, risas tontas, como niños. Estoy en casa sentada en mi balcón, mirando como todo se mueve ahí afuera y aquí dentro también.
Estoy en casa, estoy en mí. Entre estas cuatro paredes que no aprisionan, sino que liberan, despojada de las máscaras y los disfraces, sin el peso del maquillaje en mi rostro.
Fuera de aquí parece que el mundo se ha convertido en lugar ridículo, vano y fugaz como las horas.
Consumo, crisis, coches, casas, bebes, ropa, facturas, consumo, zapatos, coches, hipotecas, crisis… y los centros comerciales abarrotados de gente, gente abarrotada de gente. Estamos rodeados al parecer.
De cuando en cuando alguien, en la intimidad de un rincón oscuro, se percata de que el tiempo existía antes de existir y sumiso ante lo inevitable, se desenfunda su tarjeta de socio honorable y corre desahuciado a las puertas del Corte Ingles, donde hombres bien parecidos y mujeres con cartoncitos perfumados, le estarán esperando para darle consuelo. Y entonces saldrá a la calle con las manos llenas de bolsas y se encontrara a más gente igual que él, todos adormecidos bajo el triste encantamiento de un parfum de luxe.

El encuentro IV

Son las dos de la tarde, el sol tímidamente se cuela por los pequeños agujeritos de las persianas a medio bajar, la casa esta en silencio y vacía. En sus habitaciones se puede ver el dolor, intuir la traición y percibir el rencuentro.
Brígida regresó de sus compras matinales bastante mas animada de lo que se había ido y se encerró nuevamente en la cocina, parecía algo atareada. Acomodó paquetes en la alacena blanca, separó frasquitos de colores, sacó unas ollas y se puso a cocinar mientras escucha algo de música para hacer mas ameno el ejercicio.
Mientras estaba en la cocina escuchó que alguien había llegado y se asomó a ver quien era. Vio a Casilda que caminaba por el pasillo, en dirección a su cuarto, cargada de algunos libros y con el bolso en la mano.
Brígida que recordó la ráfaga de ira que la llevo a destrozar la ropa de Casilda y la interceptó en el camino. Le dijo que la acompañara a la cocina, con la excusa de que la ayudará a poner la mesa para almorzar.
Casilda se acercó al salón y dejo sus cosas encima del sofá.
En la cocina madre e hija conversaban acerca de sus respectivas mañanas.
Brígida se veía algo incomoda intentando simular cierta complicidad, por que en el fondo ella sabia que todo aquello era solamente una simple puesta en escena y que detrás del telón se ocultaba una realidad mucho más conmovedora y dolorosa de lo que ambas se imaginaban.
Por fin Casilda terminó de poner la mesa, se sentó mirando a su madre y le comentó que había obtenido la máxima calificación en un examen de la facultad. Brígida estaba de espaldas, el vapor de las ollas humeantes apenas dejaba ver su rostro de indignación al enterarse de la buena noticia que su hija le acababa de dar. Se dio media vuelta y fingiendo una sonrisa de aprobación se acercó hasta Casilda y la abrazó, susurrándole al oído, con un tono algo irónico, que sin duda alguna, su calificación se debía a su condición de superdotada. Casilda la miró sorprendida por aquella respuesta, jamás hubiese pensado que su madre la creyese inteligente, ni mucho menos superdotada. Pensó que simplemente estaba exagerando las cosas, producto de su vida apacible y distanciada de la realidad. Y se levantó de la mesa y se fue al salón a mirar un poco de televisión, mientras esperaban la llegada de su padrastro para almorzar.
Aureliano cruzó la puerta y con un leve empujoncito dejó que esta se cerrará a sus espaldas, apoyo el abrigo en una silla del hall y cruzó el pasillo hacia su habitación.
Inmediatamente Brígida se asomó por la puerta de la cocina, algo perturbada y entre risas, le gritó a Aureliano que su hija era superdotada.
Aureliano que se encontraba en la mitad del pasillo que conducía a las habitaciones, congelado por el estrepitoso grito se quedo paralizado unos segundos y enseguida reaccionó. Con un rostro de desconcierto se dirigió al salón. Casilda se encontraba sentada en uno de los sofás, ojeando unos apuntes, con la televisión encendida a todo volumen.
Desde la puerta del salón su padrastro con cara de interrogante le pregunto el porque de la afirmación de su madre.
Aureliano por su parte sabía que Brígida hacia meses que se mostraba algo extraña y temía que sospechará algo del morboso sentimiento que Casilda había despertado en él hace tiempo, por eso atribuyo esa afirmación insostenida aun ataque de celos de Brígida.
La joven no contesto, no por que no lo hubiese escuchado sino por que era incapaz de mirarlo a los ojos. Cada vez que lo tenía cerca no podía evitar el peso de la mirada Aureliano sobre su rostro y la ternura que esta le provocaba.
Al ver que la joven no le respondía entró en el salón, cerrando la puerta tras de sí, cogió el mando a distancia, de encima del sofá y pagó el aparato. La habitación quedo en el mas aterrador de los silencios y Casilda no podía apartar la mirada de las hojas que tenia encima de sus rodillas.
Aureliano sentía que ese era el momento para acercarse a la joven y explorar su interior a través de sus ojos. Se sentó junto a ella y con un suave movimiento le levantó el mentón girando su mirada hacia la de él. Por unos instantes se dejaron guiar por sus almas que se les escurrían por las pupilas.
Brígida abrió la puerta del salón para anunciarles que la comida ya estaba lista. Apenada por la escena conmovedora que estaba presenciando se quedó unos instantes inmóvil observando como su marido y su hija se encontraban, al mirarse, en una realidad lejana a aquella vida familiar de silencios y desencuentros.
Fue ese el momento en el que la mujer abrió los ojos, distante de aquel mundo que había construido para si misma, se encontró con una realidad muy diferente, lejos de un esposo fiel, de una hija perfecta y un hogar feliz.
Aquel momento parecía haberse congelado en el tiempo y se repetía una y otra vez en la cabeza de Brígida, que se encontraba ausente recorriendo una casa vacía de despechos pero inundada de viejos recuerdos.
Se dejo caer en un viejo sofá en el salón y volvió al presente. Tenía dos mechones de pelo en la mano, uno suave como la hierba húmeda y largo, otro cuyo tacto le rememoraba noches de amor y ternura. Y en el reencuentro consigo misma y su pasado comenzó a juzgarse y a llorar como nunca lo había lo echo hasta entonces.

El encuentro.Parte III

Casilda.
Se despertó súbitamente, sudando, y angustiada. Había tenido una pesadilla horrible en la que su madre era asesinada. Casilda, en el sueño era una espectadora lejana que observaba como ella misma asesinaba a su madre con una pistola a quemarropa.
Prendió el velador y volvió en sí. Se levanto de la cama se miró en el espejo y se reconoció.
Abrió el armario para elegir la ropa que se iba a poner. Y mientras tanto se iba deshaciendo del pijama. Se empezó a probar ropa de una manera compulsiva y enfadada. Enfadada al parecer consigo misma, las arrojaba encima de la cama. Cualquiera hubiese dicho que se estaba preparando para un acontecimiento especial.
De repente tubo la sensación de que alguien la observaba desde el pasillo. Sintió que cierta sensualidad se apoderaba de su cuerpo y por un instante dejo toda su niñez para convertirse en mujer. Pero enseguida se dio cuenta que se le estaba haciendo muy tarde y cogió lo primero que encontró del armario y se fue a desayunar.
En la cocina estaba Aureliano y su madre, en el silencio más arrollador, que se pueda imaginar, cada uno retraído en su mundo. Se sentó a la mesa y miró atentamente a su madre que caminaba de una punta a la otra de la cocina, parecía muy atareada. Casilda temía cambiar la dirección de su mirada, para inevitablemente rozar con los ojos aquel trozo de realidad que temerosa aun no había podido asumir.
En la tensión de la habitación, las miradas se disparaban en todas direcciones, evitando chocarse unas con otras, evitando en realidad el encuentro de esa parte de nuestro ser que solo podemos ver a través de los demás. Como la negación de un mundo externo, critico, lleno de culpas y miedos, en la lucha por mantener en sus mentes un mundo construido de ilusiones ficticias y protegido de las amenazante realidad.
Casilda tomo unos sorbos del café que su madre le había colocado enfrente y se levantó de una manera brusca, huyendo de su propio pensamiento.
Fue hasta el hall de la entrada, tomo unas llaves y cuando estaba por abrir la puerta, otra vez aquella intensa sensación de femineidad se apodero de su cuerpo.
Aureliano, estaba a tras de ella, coloco su mano en el hombro de Casilda y susurrándole en el oído le sugirió llevarla en el coche hasta la facultad.
Casilda no dijo nada, simplemente negó la oferta con la cabeza y cerro la puerta tras de sí.
El pasillo del edificio estaba oscuro, pulso el botón del ascensor y comenzó adivinar con los dedos los objetos que habitaban en su bolso, buscando los cigarrillos y de paso haciendo un recuento para cerciorarse de que no se olvidaba nada en casa.
Por fin el ascensor llegó al séptimo C. Se subió y dejo otra vez el pasillo en la mas inmensa oscuridad.



Aureliano.

Aureliano entreabrió los ojos en medio de una inmensa oscuridad, destellan un brillo especial. Se levantó y a tientas cogió un pantalón y una camisa de la silla que estaba al lado de un gran espejo. Luego, en ropa interior, se dirigió hacia el pasillo en donde tanteó la pared adivinando donde estaba la llave de la luz. De repente la tenue iluminación del corredor se encendió y los ojos del hombre se entrecerraron de manera instintiva. El suelo desnudo y frío hacia que sus pisadas parecieran algo dudosas, lentamente se caminó hacia una puerta del pasillo. Se paró ante ella y vaciló unos segundos, pero finalmente la abrió. De la habitación una débil luz, deja adivinar una silueta que esta parada frente a un armario.
Aureliano no terminó de abrir la puerta y se quedó observando abstraído la dulce sombra de la figura. Se sintió como un niño pequeño que esta apunto de hacer una travesura.
La silueta se dio vuelta hacia la puerta intuyendo la intensidad de una mirada que recaía sobre ella, inocente y nervioso Aureliano se escurrió por el pasillo, con la ropa en una mano, hasta el cuarto de baño que estaba en la puerta contigua.
Abrió la ducha y se dejó perder unos segundos en el vapor del baño. La ducha parecía haberle restituido algo de si mismo, de lo que se había olvidado unos minutos antes, cuando observaba a Casilda en su cuarto.
Ya vestido, duchado y afeitado, se dirigió hacia la cocina, en donde Brígida preparaba el desayuno. Ni una palabra. Aureliano encerrado en sus pensamientos, tomo una taza la lleno de café, recién preparado y se sentó en la mesa cabizbajo intentando disimular, la travesura que había cometido.
Minutos mas tarde Casilda entró la cocina, radiante, era como si mil rayos de luz atravesaran la puerta en un mismo instante. Deslumbrado por su brillo y evocado por un fugaz recuerdo, Aureliano dejó caer felizmente sus ojos en el rostro inquieto de la joven, mientras ella se sentaba a la mesa, iniciando, con su mirada, el recorrido perfecto hasta sus manos, las manos mas delicadas que él jamás había visto.
Casilda, intentaba evitar esa intromisión, era como si le estuviesen espiando el alma por cada uno de sus poros. En un gesto sin intención, la joven deslizo sus manos hasta la taza de café, que su madre le había puesto sobre la mesa, y la abrazo con sus largos dedos.
Aureliano, distante en la habitación como un espectador ajeno a todo, observaba como las manos de Casilda flotaban en el aire confundiéndose con la fragilidad del humo que salía de la taza de café caliente. Aquel inigualable ritual termino súbitamente y la joven, incomoda, salió de la cocina, huyendo... de algo.
Aureliano la siguió hasta el hall de la entrada , la joven estaba de espaldas, se acercó a ella, apoyo su mano en el hombro de Casilda, casi sin tocarla, y le pregunto si no deseaba que la alcanzase hasta la facultad en su coche. La joven apenas volvió su rostro para contestarle y rechazo la oferta, haciendo un gesto de negación con la cabeza. Apurada y algo enfadada abrió la puerta y se marcho dejando tras un portazo a Aureliano, que atónito observaba la puerta que se acababa de cerrar. Minutos mas tarde, el hombre- niño cogió su abrigo y también se marcho. Al cerrar la puerta dejo tras él, el más insoportable silencio de vacío.

El encuentro. Parte II

Brígida.

Brígida aún continuaba en la pequeña cocina para tres, del piso que su madre le había dejado como herencia.

Se sirvió otra taza de café, mientras escuchaba el ultimo portazo de la mañana. Ya eran las nueve.

En la soledad y el silencio de una casa sin pisadas, Brígida saco un pequeño cuaderno de uno de los cajones del mueble, de madera, de la cocina y comenzó a repasar las tareas del día.

Mientras se fumaba un cigarrillo, se puso a pensar en voz alta , si de verdad aquello tenía algún sentido. Limpiar, cocinar, planchar y sonreír, sobre todo anular de manera conciente su percepción especial sobre las miradas y sus intenciones.

Brígida intentaba mantener un equilibrio inexistente por el miedo que le daba encontrarse con la realidad que la rodeaba. Ella sabía que algo no iba bien desde hacia algún tiempo.

Media hora después de quedarse abstraída en sí misma comenzó a limpiar la casa. Empezó por el cuarto de Casilda o “la pequeña cueva” como le decía ella.

Brígida recorrió el largo pasillo hasta la puerta del cuarto, y la empujo la con los dedos y... se encontró con una jauría de pantalones enroscados, medias, sujetadores y camisetas que tenían rodeada y sin escapatoria a la cama de Casilda. Encendió la luz y en lugar de ponerse como una maniaca compulsiva a recoger aquel desastre, aparto unas cuatas prendas de la cama tomo un porta retratos y se sentó esperando... encontrar a su pequeña hija en medio de aquella maraña de cosas.

Se quedó casi inmóvil observado desde la lejanía de alguien que esta ausente y las lágrimas comenzaron a brotar.

Brígida anunciaba en voz alta, una especie de presagio divino, entre sollozos por que Nuevamente en el pasillo se le ocurrió una mejor idea, para romper con la rutina. Cogió unas tijeras de la cocina y destrozo por completo la ropa de Casilda.

Luego como ya era la hora, con su cartera en mano se fue a hacer las compras, ahora si, mucho más aliviada.

Casilda.

Se despertó súbitamente, sudando, y angustiada. Había tenido una pesadilla horrible en la que su madre era asesinada. Casilda, en el sueño era una espectadora lejana que observaba como ella misma asesinaba a su madre con una pistola a quemarropa.

Prendió el velador y volvió en sí. Se levanto de la cama se miró en el espejo y se reconoció.

Abrió el armario para elegir la ropa que se iba a poner. Y mientras tanto se iba deshaciendo del pijama. Se empezó a probar ropa de una manera compulsiva y enfadada. Enfadada al parecer consigo misma, las arrojaba encima de la cama. Cualquiera hubiese dicho que se estaba preparando para un acontecimiento especial.

De repente tubo la sensación de que alguien la observaba desde el pasillo. Sintió que cierta sensualidad se apoderaba de su cuerpo y por un instante dejo toda su niñez para convertirse en mujer. Pero enseguida se dio cuenta que se le estaba haciendo muy tarde y cogió lo primero que encontró del armario y se fue a desayunar.

En la cocina estaba Aureliano y su madre, en el silencio más arrollador, que se pueda imaginar, cada uno retraído en su mundo. Se sentó a la mesa y miró atentamente a su madre que caminaba de una punta a la otra de la cocina, parecía muy atareada. Casilda temía cambiar la dirección de su mirada, para inevitablemente rozar con los ojos aquel trozo de realidad que temerosa aun no había podido asumir.

En la tensión de la habitación, las miradas se disparaban en todas direcciones, evitando chocarse unas con otras, evitando en realidad el encuentro de esa parte de nuestro ser que solo podemos ver a través de los demás. Como la negación de un mundo externo, critico, lleno de culpas y miedos, en la lucha por mantener en sus mentes un mundo construido de ilusiones ficticias y protegido de las amenazante realidad.

Casilda tomo unos sorbos del café que su madre le había colocado enfrente y se levantó de una manera brusca, huyendo de su propio pensamiento.

Fue hasta el hall de la entrada, tomo unas llaves y cuando estaba por abrir la puerta, otra vez aquella intensa sensación de femineidad se apodero de su cuerpo.

Aureliano, estaba a tras de ella, coloco su mano en el hombro de Casilda y susurrándole en el oído le sugirió llevarla en el coche hasta la facultad.

Casilda no dijo nada, simplemente negó la oferta con la cabeza y cerro la puerta tras de sí.

El pasillo del edificio estaba oscuro, pulso el botón del ascensor y comenzó adivinar con los dedos los objetos que habitaban en su bolso, buscando los cigarrillos y de paso haciendo un recuento para cerciorarse de que no se olvidaba nada en casa.

Por fin el ascensor llegó al séptimo C. Se subió y dejo otra vez el pasillo en la mas inmensa oscuridad.



El encuentro. Parte I


Son las ocho de la mañana y en la casa de la familia de los Buendía se despiertan para redistribuirse en sus quehaceres cotidianos.
Aureliano se levantó de la cama para ir al cuarto de su hijastra a despertarla. Entre abrió la puerta sigilosamente y Casilda ya estaba despierta. Medio desnuda, con el guardarropas abierto de par en par, intentaba seleccionar la ropa que se pondría para ir a facultad, estaba tan sumida en su labor que apenas se dio cuenta de que su padrastro había entre abierto la puerta y la estaba observando en la penumbra del pasillo.
En realidad lo que miraba Aureliano era a esa niña – mujer que sin saber ni como, ni cuando, había atrapado por completo su atención.
El rostro de Aureliano inspiraba ingenuidad y es que la observaba con ojos inocentes, con los ojos de alguien que jamás percibió la maldad.
Casilda se probaba pantalones, faldas e iba arrojando toda su ropa sobre la cama. Por fin encontró algo que si le sentaba bien. Se giró hacia la puerta y una sombra se escurrió por el pasillo.
Casilda se reunió con sus padres en la cocina para desayunar.
Brígida, su madre, le sirvió el café que ya tenía preparado y puso unas galletas sobre el mantel blanco.
El silencio de la habitación era casi insoportable, las miradas jugaban un doble papel. Aureliano miraba a Casilda con la intención de retenerla unos segundos en su mente, Casilda intentaba evitar la mirada de su padrastro y seguía los movimientos de su madre que no se estaba quieta ni un minuto, por que Brígida, aunque nadie lo sabia, tenía la capacidad de leer las miradas y las intenciones ocultas de estas, pero hoy prefería prescindir de esa habilidad.
Casilda levanto la taza de café, sorbió un poco, la volvió a dejar sobre la mesa y se fue. Tras ella fue Aureliano, que le ofreció alcanzarla hasta la facultad, pero Casilda le negó con la cabeza el favor y cerró de un golpe la puerta de casa.
Diez minutos después Aureliano se fue al trabajo.

La tumbona

Con el cutis levemente enrojecido por los primeros lengüetazos del sol, los poros exudando pasiones dormidas, y algún que otro cocktail vespertino. Así, empezaba el verano Jazmín.
Este año había decidido cambiar el rumbo, abandonar las concurridas playas y casinos, para refugiarse en el interior del país. La causa, un extraño remordimiento filial, que le sobrecogió, camino a la costa y le obligó a cambiar el rumbo, repentinamente.
La vieja casona antigua, plagada de los fantasmas del pasado, exhumaba los recuerdos familiares. Todo parecía estar intacto. Debajo de aquel tizne ceniciento se encontraba el hogar.
Entró muy sigilosamente, temiendo despertar a los espíritus que dormían en los rincones de la casa.
Abrió las ventanas y descubrió los muebles. No titubeo ni un segundo en dirigirse hacia las puertas coloniales que custodiaban el jardín, un bello cementerio de hojas secas y pastizal.
Ella lo vio muy claro. No hizo falta ni el más mínimo esfuerzo para apreciar, en aquellos troncos peladitos, la hermosura de los rosales y enredaderas que trepaban por las paredes medianeras, hace ya más de veinte años. Más allá, hacia el fondo, un limonero robusto, custodiaba, como un superviviente, la soledad de aquella lúgubre necrópolis.
Y ahí estaba, justo debajo, se encontraba aquello que le había arrastrado hacia aquel lugar deshabitado, lo que le había alejado de los vistosas playas de aguas cálidas.
Ahí estaba, abandonada cubierta de hojas y ramitas secas, sin darse cuenta, al parecer que la humildad con la que dormía, inerte, le hacía más bonita y deseable.
Corrió hacia ella, impulsada por el deseo de poseerla, de hacerla, otra vez suya bajo el sol.
Muy cuidadosamente la fue desnudando, quitándole uno a uno los despojos que la naturaleza había depositado sobre la avejentada madera. Ella también se desnudo, pero más a aprisa, ansiosa, contiendo la respiración. Se quedo en ropa interior y se acostó sobre ella, dudosa, con sigilo, con amor.
Su piel entro en místico contacto con la madera áspera y rugosa y está ejerció una especie de influencia mágica sobre su cuerpo, que inmediatamente comenzó a rejuvenecer: cinco años, diez años, -no, más-, treinta años en el tiempo.
Los rosales florecieron, de repente y el césped húmedo plagó la casa de un fresco aroma a campo.
Jazmín tiene diezicinco años y aprovecha los momentos de soledad para hacer le culto a sus sueños. En esta ocasión el evento, que propiciaba uno de esos momento sublimes, era el viaje de su madre a la ciudad, a la cual iba a hacer las copras.
Apenas esta cerró la puerta principal, Jazmín corrió a la despensa y se preparó un brebaje alcohólico y rebusco bajo el colchón un libro prohibido. ¡Ah, que placer da la intimidad!
Apresurada, abrió las grandes puertas coloniales, camino al elíseo. Y la vio, otra vez, como tantas otras veces, junto al limonero, esperándola, lustrosa, al sol. Se dirigió hacia ella desesperada, ansiosa y lo dispuso todo, meticulosamente ordenado. Ada Miller, unas cerillas, el cocktail y un sombrero de paja de grandes alas.
Sorbió un trago, estaba exquisito. Sus dedos palparon la cubierta, y luego tanteo las hojas, abriendo el libro por la separación de dónde sacó un cigarrillo aplastado. Cogió las cerillas, encendió una. Era un día caluroso de verano.
Inmersa en un concienzudo ritual, aspiro el olor, sublime, de la cerilla encendida y acercó el fuego al cigarrillo que apretaba entre sus labios. Y así comenzó el vieja de Jazmín.
El libro estaba ya por la mitad y, aunque la ceremonia a duras penas lograba repetirse una vez por semana recordaba muy bien el contenido de los anteriores capítulos, y de las anteriores lecturas.
Aquello hombres, robustos, que envolvían siempre un amor prohibido y ardiente. Aquellos besos eróticos, sensuales, que esperaba algún día poder probar.
Jazmín, a la edad de 15 años ya había podido experimentar algunos acercamientos amorosos. Pero… pero… aquellas historias, esos arrebatos de amor a escondidas… esa pasión, no tenía ni punto de comparación, con el beso nervioso del chico de la casa de enfrente, ni con los toqueteos burdos e inexpertos que había experimentado con otros chicos de su edad.
La lectura, así, entre realidad y sueño, se prolongaba durante casi toda la tarde. Estaba despreocupada, porque sabía que cuando su madre iba a la ciudad, además de hacer las compras, iba de visita la casa de la tía Antonia, una señora que a Jazmín le hacía mucha gracia.
Por momentos el calor, en el jardín, se hacía inaguantable. Por eso, previsora, había enchufado una manguera al grifo y a base de maguerazos de agua fría, se refrescaba y la tarde se hacía más amena.
Jazmín, soñaba. Soñaba, mientras, dibujaba con las palabras y frases su propia historia, esperando, quizás, que de un momento a otro un joven, fuerte y hermoso, con las crines al viento y dorado por las lenguas del sol, viniera a salvarla de aquel aburrido sopor de la vida campestre. Esperaba que unos brazos fornidos la arrebataran de ahí, para poseerla en cualquier lugar exótico, lejos de aquel mundo casi sin vida.
Abrió los ojos, como despertándose de un dulce sueño. Otra vez la realidad le devolvía a su cuerpo los años.
El tiempo, el siniestro paso del tiempo.
El sol golpea, intenso. Acerca su rostro a un grifo oxidado, que llora agua turbia. “Bobadas”, piensa. Se vuelve hacia la tumbona y acaricia la madera acre con su mano grácil y suave.
“Bobadas”, piensa, mientras coge su ropa y comienza vestirse.
“Bobadas”
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