El encuentro IV

Son las dos de la tarde, el sol tímidamente se cuela por los pequeños agujeritos de las persianas a medio bajar, la casa esta en silencio y vacía. En sus habitaciones se puede ver el dolor, intuir la traición y percibir el rencuentro.
Brígida regresó de sus compras matinales bastante mas animada de lo que se había ido y se encerró nuevamente en la cocina, parecía algo atareada. Acomodó paquetes en la alacena blanca, separó frasquitos de colores, sacó unas ollas y se puso a cocinar mientras escucha algo de música para hacer mas ameno el ejercicio.
Mientras estaba en la cocina escuchó que alguien había llegado y se asomó a ver quien era. Vio a Casilda que caminaba por el pasillo, en dirección a su cuarto, cargada de algunos libros y con el bolso en la mano.
Brígida que recordó la ráfaga de ira que la llevo a destrozar la ropa de Casilda y la interceptó en el camino. Le dijo que la acompañara a la cocina, con la excusa de que la ayudará a poner la mesa para almorzar.
Casilda se acercó al salón y dejo sus cosas encima del sofá.
En la cocina madre e hija conversaban acerca de sus respectivas mañanas.
Brígida se veía algo incomoda intentando simular cierta complicidad, por que en el fondo ella sabia que todo aquello era solamente una simple puesta en escena y que detrás del telón se ocultaba una realidad mucho más conmovedora y dolorosa de lo que ambas se imaginaban.
Por fin Casilda terminó de poner la mesa, se sentó mirando a su madre y le comentó que había obtenido la máxima calificación en un examen de la facultad. Brígida estaba de espaldas, el vapor de las ollas humeantes apenas dejaba ver su rostro de indignación al enterarse de la buena noticia que su hija le acababa de dar. Se dio media vuelta y fingiendo una sonrisa de aprobación se acercó hasta Casilda y la abrazó, susurrándole al oído, con un tono algo irónico, que sin duda alguna, su calificación se debía a su condición de superdotada. Casilda la miró sorprendida por aquella respuesta, jamás hubiese pensado que su madre la creyese inteligente, ni mucho menos superdotada. Pensó que simplemente estaba exagerando las cosas, producto de su vida apacible y distanciada de la realidad. Y se levantó de la mesa y se fue al salón a mirar un poco de televisión, mientras esperaban la llegada de su padrastro para almorzar.
Aureliano cruzó la puerta y con un leve empujoncito dejó que esta se cerrará a sus espaldas, apoyo el abrigo en una silla del hall y cruzó el pasillo hacia su habitación.
Inmediatamente Brígida se asomó por la puerta de la cocina, algo perturbada y entre risas, le gritó a Aureliano que su hija era superdotada.
Aureliano que se encontraba en la mitad del pasillo que conducía a las habitaciones, congelado por el estrepitoso grito se quedo paralizado unos segundos y enseguida reaccionó. Con un rostro de desconcierto se dirigió al salón. Casilda se encontraba sentada en uno de los sofás, ojeando unos apuntes, con la televisión encendida a todo volumen.
Desde la puerta del salón su padrastro con cara de interrogante le pregunto el porque de la afirmación de su madre.
Aureliano por su parte sabía que Brígida hacia meses que se mostraba algo extraña y temía que sospechará algo del morboso sentimiento que Casilda había despertado en él hace tiempo, por eso atribuyo esa afirmación insostenida aun ataque de celos de Brígida.
La joven no contesto, no por que no lo hubiese escuchado sino por que era incapaz de mirarlo a los ojos. Cada vez que lo tenía cerca no podía evitar el peso de la mirada Aureliano sobre su rostro y la ternura que esta le provocaba.
Al ver que la joven no le respondía entró en el salón, cerrando la puerta tras de sí, cogió el mando a distancia, de encima del sofá y pagó el aparato. La habitación quedo en el mas aterrador de los silencios y Casilda no podía apartar la mirada de las hojas que tenia encima de sus rodillas.
Aureliano sentía que ese era el momento para acercarse a la joven y explorar su interior a través de sus ojos. Se sentó junto a ella y con un suave movimiento le levantó el mentón girando su mirada hacia la de él. Por unos instantes se dejaron guiar por sus almas que se les escurrían por las pupilas.
Brígida abrió la puerta del salón para anunciarles que la comida ya estaba lista. Apenada por la escena conmovedora que estaba presenciando se quedó unos instantes inmóvil observando como su marido y su hija se encontraban, al mirarse, en una realidad lejana a aquella vida familiar de silencios y desencuentros.
Fue ese el momento en el que la mujer abrió los ojos, distante de aquel mundo que había construido para si misma, se encontró con una realidad muy diferente, lejos de un esposo fiel, de una hija perfecta y un hogar feliz.
Aquel momento parecía haberse congelado en el tiempo y se repetía una y otra vez en la cabeza de Brígida, que se encontraba ausente recorriendo una casa vacía de despechos pero inundada de viejos recuerdos.
Se dejo caer en un viejo sofá en el salón y volvió al presente. Tenía dos mechones de pelo en la mano, uno suave como la hierba húmeda y largo, otro cuyo tacto le rememoraba noches de amor y ternura. Y en el reencuentro consigo misma y su pasado comenzó a juzgarse y a llorar como nunca lo había lo echo hasta entonces.

El encuentro.Parte III

Casilda.
Se despertó súbitamente, sudando, y angustiada. Había tenido una pesadilla horrible en la que su madre era asesinada. Casilda, en el sueño era una espectadora lejana que observaba como ella misma asesinaba a su madre con una pistola a quemarropa.
Prendió el velador y volvió en sí. Se levanto de la cama se miró en el espejo y se reconoció.
Abrió el armario para elegir la ropa que se iba a poner. Y mientras tanto se iba deshaciendo del pijama. Se empezó a probar ropa de una manera compulsiva y enfadada. Enfadada al parecer consigo misma, las arrojaba encima de la cama. Cualquiera hubiese dicho que se estaba preparando para un acontecimiento especial.
De repente tubo la sensación de que alguien la observaba desde el pasillo. Sintió que cierta sensualidad se apoderaba de su cuerpo y por un instante dejo toda su niñez para convertirse en mujer. Pero enseguida se dio cuenta que se le estaba haciendo muy tarde y cogió lo primero que encontró del armario y se fue a desayunar.
En la cocina estaba Aureliano y su madre, en el silencio más arrollador, que se pueda imaginar, cada uno retraído en su mundo. Se sentó a la mesa y miró atentamente a su madre que caminaba de una punta a la otra de la cocina, parecía muy atareada. Casilda temía cambiar la dirección de su mirada, para inevitablemente rozar con los ojos aquel trozo de realidad que temerosa aun no había podido asumir.
En la tensión de la habitación, las miradas se disparaban en todas direcciones, evitando chocarse unas con otras, evitando en realidad el encuentro de esa parte de nuestro ser que solo podemos ver a través de los demás. Como la negación de un mundo externo, critico, lleno de culpas y miedos, en la lucha por mantener en sus mentes un mundo construido de ilusiones ficticias y protegido de las amenazante realidad.
Casilda tomo unos sorbos del café que su madre le había colocado enfrente y se levantó de una manera brusca, huyendo de su propio pensamiento.
Fue hasta el hall de la entrada, tomo unas llaves y cuando estaba por abrir la puerta, otra vez aquella intensa sensación de femineidad se apodero de su cuerpo.
Aureliano, estaba a tras de ella, coloco su mano en el hombro de Casilda y susurrándole en el oído le sugirió llevarla en el coche hasta la facultad.
Casilda no dijo nada, simplemente negó la oferta con la cabeza y cerro la puerta tras de sí.
El pasillo del edificio estaba oscuro, pulso el botón del ascensor y comenzó adivinar con los dedos los objetos que habitaban en su bolso, buscando los cigarrillos y de paso haciendo un recuento para cerciorarse de que no se olvidaba nada en casa.
Por fin el ascensor llegó al séptimo C. Se subió y dejo otra vez el pasillo en la mas inmensa oscuridad.



Aureliano.

Aureliano entreabrió los ojos en medio de una inmensa oscuridad, destellan un brillo especial. Se levantó y a tientas cogió un pantalón y una camisa de la silla que estaba al lado de un gran espejo. Luego, en ropa interior, se dirigió hacia el pasillo en donde tanteó la pared adivinando donde estaba la llave de la luz. De repente la tenue iluminación del corredor se encendió y los ojos del hombre se entrecerraron de manera instintiva. El suelo desnudo y frío hacia que sus pisadas parecieran algo dudosas, lentamente se caminó hacia una puerta del pasillo. Se paró ante ella y vaciló unos segundos, pero finalmente la abrió. De la habitación una débil luz, deja adivinar una silueta que esta parada frente a un armario.
Aureliano no terminó de abrir la puerta y se quedó observando abstraído la dulce sombra de la figura. Se sintió como un niño pequeño que esta apunto de hacer una travesura.
La silueta se dio vuelta hacia la puerta intuyendo la intensidad de una mirada que recaía sobre ella, inocente y nervioso Aureliano se escurrió por el pasillo, con la ropa en una mano, hasta el cuarto de baño que estaba en la puerta contigua.
Abrió la ducha y se dejó perder unos segundos en el vapor del baño. La ducha parecía haberle restituido algo de si mismo, de lo que se había olvidado unos minutos antes, cuando observaba a Casilda en su cuarto.
Ya vestido, duchado y afeitado, se dirigió hacia la cocina, en donde Brígida preparaba el desayuno. Ni una palabra. Aureliano encerrado en sus pensamientos, tomo una taza la lleno de café, recién preparado y se sentó en la mesa cabizbajo intentando disimular, la travesura que había cometido.
Minutos mas tarde Casilda entró la cocina, radiante, era como si mil rayos de luz atravesaran la puerta en un mismo instante. Deslumbrado por su brillo y evocado por un fugaz recuerdo, Aureliano dejó caer felizmente sus ojos en el rostro inquieto de la joven, mientras ella se sentaba a la mesa, iniciando, con su mirada, el recorrido perfecto hasta sus manos, las manos mas delicadas que él jamás había visto.
Casilda, intentaba evitar esa intromisión, era como si le estuviesen espiando el alma por cada uno de sus poros. En un gesto sin intención, la joven deslizo sus manos hasta la taza de café, que su madre le había puesto sobre la mesa, y la abrazo con sus largos dedos.
Aureliano, distante en la habitación como un espectador ajeno a todo, observaba como las manos de Casilda flotaban en el aire confundiéndose con la fragilidad del humo que salía de la taza de café caliente. Aquel inigualable ritual termino súbitamente y la joven, incomoda, salió de la cocina, huyendo... de algo.
Aureliano la siguió hasta el hall de la entrada , la joven estaba de espaldas, se acercó a ella, apoyo su mano en el hombro de Casilda, casi sin tocarla, y le pregunto si no deseaba que la alcanzase hasta la facultad en su coche. La joven apenas volvió su rostro para contestarle y rechazo la oferta, haciendo un gesto de negación con la cabeza. Apurada y algo enfadada abrió la puerta y se marcho dejando tras un portazo a Aureliano, que atónito observaba la puerta que se acababa de cerrar. Minutos mas tarde, el hombre- niño cogió su abrigo y también se marcho. Al cerrar la puerta dejo tras él, el más insoportable silencio de vacío.

El encuentro. Parte II

Brígida.

Brígida aún continuaba en la pequeña cocina para tres, del piso que su madre le había dejado como herencia.

Se sirvió otra taza de café, mientras escuchaba el ultimo portazo de la mañana. Ya eran las nueve.

En la soledad y el silencio de una casa sin pisadas, Brígida saco un pequeño cuaderno de uno de los cajones del mueble, de madera, de la cocina y comenzó a repasar las tareas del día.

Mientras se fumaba un cigarrillo, se puso a pensar en voz alta , si de verdad aquello tenía algún sentido. Limpiar, cocinar, planchar y sonreír, sobre todo anular de manera conciente su percepción especial sobre las miradas y sus intenciones.

Brígida intentaba mantener un equilibrio inexistente por el miedo que le daba encontrarse con la realidad que la rodeaba. Ella sabía que algo no iba bien desde hacia algún tiempo.

Media hora después de quedarse abstraída en sí misma comenzó a limpiar la casa. Empezó por el cuarto de Casilda o “la pequeña cueva” como le decía ella.

Brígida recorrió el largo pasillo hasta la puerta del cuarto, y la empujo la con los dedos y... se encontró con una jauría de pantalones enroscados, medias, sujetadores y camisetas que tenían rodeada y sin escapatoria a la cama de Casilda. Encendió la luz y en lugar de ponerse como una maniaca compulsiva a recoger aquel desastre, aparto unas cuatas prendas de la cama tomo un porta retratos y se sentó esperando... encontrar a su pequeña hija en medio de aquella maraña de cosas.

Se quedó casi inmóvil observado desde la lejanía de alguien que esta ausente y las lágrimas comenzaron a brotar.

Brígida anunciaba en voz alta, una especie de presagio divino, entre sollozos por que Nuevamente en el pasillo se le ocurrió una mejor idea, para romper con la rutina. Cogió unas tijeras de la cocina y destrozo por completo la ropa de Casilda.

Luego como ya era la hora, con su cartera en mano se fue a hacer las compras, ahora si, mucho más aliviada.

Casilda.

Se despertó súbitamente, sudando, y angustiada. Había tenido una pesadilla horrible en la que su madre era asesinada. Casilda, en el sueño era una espectadora lejana que observaba como ella misma asesinaba a su madre con una pistola a quemarropa.

Prendió el velador y volvió en sí. Se levanto de la cama se miró en el espejo y se reconoció.

Abrió el armario para elegir la ropa que se iba a poner. Y mientras tanto se iba deshaciendo del pijama. Se empezó a probar ropa de una manera compulsiva y enfadada. Enfadada al parecer consigo misma, las arrojaba encima de la cama. Cualquiera hubiese dicho que se estaba preparando para un acontecimiento especial.

De repente tubo la sensación de que alguien la observaba desde el pasillo. Sintió que cierta sensualidad se apoderaba de su cuerpo y por un instante dejo toda su niñez para convertirse en mujer. Pero enseguida se dio cuenta que se le estaba haciendo muy tarde y cogió lo primero que encontró del armario y se fue a desayunar.

En la cocina estaba Aureliano y su madre, en el silencio más arrollador, que se pueda imaginar, cada uno retraído en su mundo. Se sentó a la mesa y miró atentamente a su madre que caminaba de una punta a la otra de la cocina, parecía muy atareada. Casilda temía cambiar la dirección de su mirada, para inevitablemente rozar con los ojos aquel trozo de realidad que temerosa aun no había podido asumir.

En la tensión de la habitación, las miradas se disparaban en todas direcciones, evitando chocarse unas con otras, evitando en realidad el encuentro de esa parte de nuestro ser que solo podemos ver a través de los demás. Como la negación de un mundo externo, critico, lleno de culpas y miedos, en la lucha por mantener en sus mentes un mundo construido de ilusiones ficticias y protegido de las amenazante realidad.

Casilda tomo unos sorbos del café que su madre le había colocado enfrente y se levantó de una manera brusca, huyendo de su propio pensamiento.

Fue hasta el hall de la entrada, tomo unas llaves y cuando estaba por abrir la puerta, otra vez aquella intensa sensación de femineidad se apodero de su cuerpo.

Aureliano, estaba a tras de ella, coloco su mano en el hombro de Casilda y susurrándole en el oído le sugirió llevarla en el coche hasta la facultad.

Casilda no dijo nada, simplemente negó la oferta con la cabeza y cerro la puerta tras de sí.

El pasillo del edificio estaba oscuro, pulso el botón del ascensor y comenzó adivinar con los dedos los objetos que habitaban en su bolso, buscando los cigarrillos y de paso haciendo un recuento para cerciorarse de que no se olvidaba nada en casa.

Por fin el ascensor llegó al séptimo C. Se subió y dejo otra vez el pasillo en la mas inmensa oscuridad.



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